jueves, 29 de julio de 2010

Homenaje

El chirrido de las ruedas del avión al tomar tierra, que reconocemos por las películas pero no porque lo hayamos oído en realidad, hizo de despertador a los jugadores que jugaron el campeonato con los dorsales cuatro, ocho, nueve y tres; que sólo habían dormido, el que más, dos horas. Los demás seguían alargando el estado de éxtasis varias horas antes alcanzado. Hacía menos de catorce horas que el jugador que jugó el campeonato con el dorsal número uno levantó el trofeo en un alarde de triunfalismo incrédulo. El narrador nunca ha podido comprender la frase que expresan los campeones o triunfadores de cualquier faceta en las primeras interviús que les realizan varios minutos después del acontecimiento en cuestión al ser preguntado si se lo creen. Entonces el entrevistado responde con falsísima modestia que no se lo puede creer y que tienen que pasar unos días para digerirlo. Esta frase la tienen marcada como la  número veintiséis, entre hemos trabajado mucho para llegar aquí y se lo dedico a todos los aficionados, en el esquema de entrevistas planas e inútiles de los deportistas de élite. ¿Por qué no dicen que sí, que se lo pueden creer y que para eso se han entrenado o que como son profesionales deben de esperar ese acontecimiento? Escupen la frase veintiséis del manual de las entrevistas manidas entregado después de un arduo cursillo de cuatro horas impartido por la federación del deporte en cuestión para que el aficionado se sienta más cercano al triunfo. Buena intención. Eso les sobra. Con el grito de campeones, campeones se levantan de los asientos con todos los directivos atrapafotos y chupones del momento que ni la gran mayoría de los jugadores que jugaron el campeonato conocen. El jugador que jugó el campeonato con el dorsal número doce interrumpe la salida del avión a todos los ocupantes y exalta el momento histórico que están a punto de vivir y que son merecedores de ese disfrute. Nos merecemos este momento, eso es lo que grita. Termina con un viva mi nación y todos los ocupantes del avión enarbolan la bufanda con los colores del país y el correspondiente logo corporativo que un alto representante de una conocidísima marca comercial de refrescos se las cedió minutos antes de que el avión chirriara las ruedas y recordándole a los jugadores y demás equipo técnico que ganó el campeonato catorce horas antes, que es una obligación contractual que cada uno de ellos las tenga sobre su cuello al salir del avión a pesar del calor que existe en esa zona del país. Más de la mitad de los jugadores que jugaron el campeonato pensaron que es una pequeña molestia, ya que es uno de los patrocinadores que les sufraga la sobradísima y, para el entender del narrador, inmerecida, impropia e innecesaria prima. Con los gritos de arriba mi nación esperan ansiosos la apertura de la puerta. En ese instante todos y cada uno de ellos sienten como los vellos de los brazos y cogote mantienen la posición de firmes y recuerdan cómo el jugador que jugó el campeonato con el dorsal número uno levantó el trofeo y de cómo en ese instante empezó un éxtasis colectivo que, como ha contado antes el narrador, se esforzaban en no dejar de lado. Sentían que si bajaban la guardia y no seguían con dicho éxtasis podría desaparecer y así no vivir el momento como es de merecer en estos casos. El comandante del avión tiene bastante prisa por terminar el protocolo de aterrizaje, porque, aunque haya sido un viaje con pasajeros donde sólo cabe la definición de felices, ha sido un gran calvario para él puesto que los jugadores que jugaron el campeonato no dejaban de gritar, saltar, beber, comer y asomarse a la cabina de la tripulación. Esa cabina debía de estar cerrada, pero claro, no era de recibo que los campeones no se hicieran fotos y soltaran gracietas con el comandante y demás tripulación. Esa era la consigna que la compañía aérea dejó bien clara: deben tratar a los campeones como si la aeronave fuera suya. Tanta era el ansia del comandante de dejar salir al grupo que olvidósele de informar a los pasajeros que ya podían encender sus teléfonos móviles; aunque ya casi todos los habían encendido y el que menos recibió ochenta mensajes de la noche pasada y algunos pocos de esa mañana. 


Continuará...

No hay comentarios:

Publicar un comentario