miércoles, 21 de septiembre de 2011

Los Enamoramientos. Javier Marías.


















Mentiría si dijera una cantidad exacta. Sin embargo me conformo con hacer saber que son alrededor de mil días los que hemos guardado armas y un poco de memoria activa además de fuerza lectoril concentrada durante este periodo con otros libros. Confieso que, además de respetar la individualidad de cada uno de ellos, me he apoderado sin permiso de un poco de savia de cada libro engullido. Lo imprescindible para que ninguno de ellos se sintieran utilizados o desplazados, haciendo una masa volátil de energía para que, llegada la hora, fuera un combate más justo que con “Tu rostro mañana”. Mis Lectamientos disfrutó sin fronteras con el trabajo que le encargué. A saber: un pequeño archivador donde le ordené que guardara todos esos ínfimos retazos, pero indispensables, de los libros leídos sin que éstos tuvieran la menor sospecha para qué sería este trabajo, a primera vista, hueco.

Así que, como nunca hemos sido seguidores de críticas ni estamos atentos a los top ventas, la sorpresa además de bienvenida estuvo acompañada de ese nervio que recorre el estómago, es capaz de atravesar el pescuezo y, si la emoción es grandiosa, se te eriza el vello de la nuca y consigue un par de segundos de enfilamiento eléctrico hasta que somos capaces de bajar el nivel de impresión y apaciguar el estado de alerta que saltó a código rojo al conocer la noticia de la nueva novela de Javier Marías. Fuimos a la librería a tiro fijo. Adquirimos la novela casi sin ojear de pasada los demás títulos. Sólo nos entretuvimos menos de un minuto mirado el último, también, de Umberto Eco. Será – y lo es – mío. Pero esa es otra historia.

En el último encuentro con Marías la mesa donde transcurrió la batalla era cuadrada y enorme, tanto que me tenía que casi incorporar y estirazar el brazo al máximo  para poder acercarme a la historia que la situó en el centro de la misma, con las aristas bien afiladas por el autor, con el único propósito de ser otra trampa para dañarme cada vez que intentaba atraparla. Esta vez la mesa del combate la elegí yo. Redonda, de pino claro, pequeña y con la habitación clara y ventilada. Primer asalto para nosotros. Entramos con el gesto que permite esa situación, excitado, pendiente de lo que puede venir; con lo que me encontraré. Teníamos las ideas claras y lo único que nos preocupaba era si podíamos disfrutar como con la anterior, si sería una novela más y si toda la parafernalia iba a ser en vano. Mis lectamientos hizo un grandioso trabajo, me administró perfectamente cada vez que era necesario con todo lo aprendido y rescatado de las otras novelas. Sabemos que va a ser duro, sin embargo, seguro que nos hará disfrutar con esta contienda. Todo esto no lo organizamos para derrotar a la novela. No. Lo que queremos es estar a la altura del escritor. Queremos ser partícipes de la historia y que el trabajo que demuestra en cada libro, nosotros se lo correspondamos intentando nivelar nuestra postura un poco más arriba de la mediocridad. Queremos estar a la altura.

Después de tantísimo tiempo desde “Tu rostro Mañana”, otra vez caímos en la trampa, bendita trampa, de la sorpresa. Agradecemos que no sea una literatura tan visceral y tan traumática. Reconozco cada trazo y cada línea de Marías. Voy pensando que sí, que así debe de ser; que así tiene que ser. Me envuelvo en el fenómeno de extrañamiento que con tanta maestría trata este recurso, tanto que podría ser el titular y primera espada de dicho recurso. Degusto con mayor pasión esa forma de emplearse a fondo para que el lector quede totalmente saciado de las sensaciones y emociones de los personajes. Admiro su atrezzo, que sabe adecuar a la situación milimétricamente. Las digresiones imaginativas de la protagonista te envuelve hasta no saber qué es realidad o si lo fue o si lo será. Me encanta. Por toda la novela tienes la sensación de que tienes colocada una máscara con la cara de la protagonista y que eres tú quien miras por sus ojos. Es verdad que existe una narradora como personaje principal, pero todos los personajes están tan perfectamente ensamblados que ese engranaje hace que todos estos sean protagonistas y que los conozcas tan bien como a la primera. Aunque lo repita, no he conocido a ningún escritor que sea tan deliciosamente entregado al lector. Es imposible que la supuesta sencillez de su escritura sea sin trabajo, sea sin esfuerzo; el resultado es una ficticia improvisación maquiavélicamente elaborada.

Tuve el valor de escuchar un pedazo de entrevista de Javier Marías por internet vía streaming y lo único que alcanzé a escuchar es que él no tiene una necesidad imperiosa de escribir. Que no siente esa agonía de soltar una historia. Yo si tengo la necesidad de leerlo, sí necesito que suelte una historia. Espero la siguiente.





viernes, 13 de mayo de 2011

Lázaro en Babilonia. Pablo Bujalance.













Es raro que me despiste, sin embargo volvió a ocurrir. Ya había hecho las compras pertinentes que elegí y creí que había terminado nuestra estancia en la librería, cuando, sin aviso diome cuenta  que encargó otro libro. Sin tener en cuenta mi perspectiva y sin conocer de modo alguno a su autor. Ese extraño comportamiento se lo reproché durante dos libros que leimos y noté que tampoco estaba convencido para comenzarlo y hasta se hizo el remolón. Pero, al empezar cambié de actitud y no me quedó otra que darle las gracias por este atrevimiento. Gracias Rubén por adquirir tamaña historia.

Tuve que comprar un par de libros antes de encargar “Lázaro en Babilonia”. En las librerías supera la soportabilidad al que estoy acostumbrado y sólo tengo un pequeño resquicio de paz cuando agarro en mis manos las historias que él considera oportunas según su criterio. Y en ese momento me acerqué al mostrador y con la adrenalina circulando por mi cuerpo a mil por hora, hice la maña bastantes veces antes ensayada y encargué el libro. Ya era tarde cuando se dio cuenta de mi jugada maestra. Ya estaba encargado y no me iba a achantar. Tengo una manía. A saber. Leo los libros según los atrapo de la estantería y, por este motivo, leí dos libros antes que este. Soporté todos los envites que me hizo y aguanté el machaque continuo al que me sometió por adquirir esta novela sin su consentimiento. Me hacía el despistado y más de una vez casi le doy la razón para que se tranquilizara y pudiéramos disfrutar de la lectura. En realidad casi fue un acto forzado porque una amiga me recomendó este título, el cual me creía que era otra historia crítico – religiosa. Mis Lectamientos y yo nos callamos desde la primera página que leímos.

La extrañeza con la que empecé la historia no la solté hasta que la terminé. Hacía mucho tiempo que no sentía esa salivación de disfrute; esos ojos abiertos hasta las cejas, ese devorar páginas a cualquier hora. Hacía mucho tiempo que no me levantaba pensando en el libro y me acostaba pensando en lo mismo. Mucho tiempo que intentaba leer más despacio para que esa extrañeza durara lo máximo posible. Tiempo que me importunaba la hora de cerrar el libro ya fuera por el motivo más razonado que existiera.

Las imágenes que proyecta el libro son aplastantes, convives con una incomodidad que engancha. Vives la vida de Lázaro muy cercana, casi como si fueras su sombra pero que nuestra presencia no es delatada por él. O sí y nos deja que veamos, sepamos cuál es su vida. Nos alucinó sobremanera la expresión del autor que crecía y crecía como una seta atómica: espectacular y preciosa desde la lejanía, pero terrorífica y dañina en la cercanía. Queríamos ser meros observadores de la historia. Nos fue imposible. La ola de su forma de escribir nos envolvía y nos dejaba atrapados sin tener ni una oportunidad de escape posible. El decorado y atrezzo carece de importancia, lo deja al fondo y resalta como una película en tres dimensiones la figura de Lázaro: potente, claro, fuerte, imponente.

Cada vez queríamos saber más de Lázaro, sus pensamientos, su por qué, cuál será su final. Dentro de los muchos personajes que pululan por la obra, Mis Lectamientos y yo teníamos un debate sincero y tranquilo: cuál de todos ellos sería el autor. Quién se acercaría más a Bujalance. Por cada pasaje que leíamos creábamos hipótesis que desembocaban a más de una teoría que al siguiente pasaje debíamos de tacharlas y pensar en otras nuevas.

Me imagino a Pablo Bujalance disfrutando al crear esta novela. Aunque su literatura sea dura y la historia se vuelve tosca y dramática, veo al autor con una sonrisa cada vez que se imagina el esquema a seguir y tacha otros caminos que no le convencen. Creo que al igual que nosotros nos enganchamos a leerla, él estaba enganchado a escribirla. Nunca se le va de las manos la historia y en ese precipicio que parece que se asoma de tarde en tarde, tiene muy bien estudiado cómo darse la vuelta en los últimos centímetros (en este caso palabras)  y empezar otro camino igual o más interesante que el le llevó a dicho barranco. Llega un momento que tengo que odiar a Bujalance, no odio a Lázaro. No. Odio al autor por atreverse a crear unos capítulos malditos. No me siento incómodo, me siento furioso con Pablo, lo odio y con media lágrima lo único que puedo llegar a pensar a gritos es por qué Pablo. Por qué lo has escrito. Cómo puedes escribirlo así de claro y con tanta crueldad. Merece la pena. Realmente nos enfadamos con él, sin lugar a dudas.

Me siento identificado con su escritura – así soy yo, me identifico con formas de escribir, ni con autores, ni con músicos, etc – puede ser que es porque es contemporáneo mío y esa actitud hacia la literatura me es muy próxima. No es una novela de gran público, ojalá sí lo fuera, puesto que la calidad de la escritura roza la excelencia; sin embargo por esto mismo es una novela en cierto modo elitista donde la horquilla de público que le puede gustar es más pequeñas que la de los best seller (sic).

martes, 8 de febrero de 2011













Queramos o no queramos, sea nuestro deseo o no, todos nosotros nos condicionamos a alguna moda ya sea preescrita o auto impuesta. En el momento que te sientes parte integrante de esa moda no deseas que nada ni nadie te aparte de ella, puesto que, según tu criterio, eres una pieza esencial del engranaje y además te sientes no ya como el único, si no como el mejor  conocedor del movimiento por cada paso que das dentro de tu  mundo paralelo ficticio. Estos ímpetus no tienen una duración determinada y están muy condicionados al contexto tanto social como personal al que estés integrado. No es lo mismo que dentro de tu voluntariedad para hacer dicha inmersión lo hagas solo, a que tengas cómplices para alargar en el tiempo y espacio de tu deseada aproximación imposible al centro del asunto, puesto que siempre tendrás temas por descubrir y callejones por atravesar sin que puedas llegar a la diana. Seguro que vas a necesitar más. Si llegas a un punto del no retorno, llámese fascinación, la moda hace las veces de muro que te impedirá tener una mente abierta y espiral. Esta es la parrafada que le expulso a Mis Lectamientos cada vez que observo que se acerca al punto del no retorno. Claudica y damos un giro visceral para que no tenga el deseo de volver a intentarlo. Ya me pasó con la etapa de El Siglo de Oro, con los tratados filosóficos, las novelas históricas, con las “salvamundos”, con Saramago… y ahora con el mundo del “Ulysses” de Joyce.

En la inmersión por el embudo absorbente que podía llegar a ser el universo del “Ulysses”, me interesaba cualquier partícula microscópica que pudiera pasearse aunque fuera cerca de la órbita de cualquier planeta que yo considerara que me tuviera algo que contar sobre mi quasi fascinación. Así que, al explotar mi big bang particular cuando descubrí La Orden Del Finnegans, comencé a recopilar libros que tuvieran algún nexo con esta nueva galaxia. Así llegué hasta esta novela; pasito a pasito, libro a libro, me encontré con Paul Auster. Observé que ya me alejaba del mundo que creé con “Ulysses” y casi fue una liberación leer este libro sin que “La Tiranía del Ulysses” fuera un filtro por donde colar a Mis Lectamientos.

Paul Auster era una de nuestra asignatura pendiente. Bueno más que pendiente, era flotante. La elección de este título fue al azar, no hubo impedimento por parte de Mis Lectamientos, porque lo que le interesaba era tener en su biblioteca personal una novela de éste. De vez en cuando, nos gusta la novela americana. La buena novela americana. Es directa, comercial, pero con calidad. Sabíamos que Auster es un valor que no nos iba a defraudar. Así ha sido.  Parco en detalles, directo en sensaciones, en fin, útil cada vez que quiere expresar una sensación del personaje, las cuales llegan a ser incomprensibles en ciertos pasajes, puesto que ya casi roza la ciencia ficción y es atrapado por el psicothriller metafísico. Aunque de eso se trata, de saber comprender lo que está escribiendo y desconocer hasta dónde es capaz de llegar. El movimiento minimalista con el que hace que la novela transcurra y el decorado en blanco y negro por donde pasean los protagonistas, te pueden hacer sufrir un vacío que debes remediarlo recordando que el autor te invita a que lo llenes tú, así puedes construir tu propio puzzle con las piezas que te presta. Te hace saber que dichas piezas están esparcidas por toda la historia, sin embargo te da señales que al final de cada historia, las fichas que no tienes colocadas todavía o que crees que no vas a ser capaz de colocarlas, se las tienes que devolver y, en vez de ayudarte a terminar el puzzle, se acerca donde te encuentras concentrado y queriendo terminar el juego que te ha propuesto él, da una escandalosa patada a la mesa que hace que las colocadas y las que no, salten por toda la habitación y ya no sepas ni qué puzzle estabas haciendo, ni cuánto te quedaba, ni por qué lo ha hecho. Auster, sin inmutarse, sale de la habitación con todas sus fichas sin mirar atrás y sin ningún gesto de arrepentimiento por lo que ha hecho.

Desde el mismo momento que abrí por primera el libro tuve el gran deseo de enlazar la lectura con la música de Leonard Cohen. Lo superé. No caí en la trampa.