Cuatro días. Fueron cuatro días. Sólo cuatro días.
Tanto he tardado en escribir este texto, porque la angustia
que envolvió esos cuatro días me dejaron exhausto, sin aliento. Mi cansancio y
amargura no era por la lectura del libro; no lo leí. Sino por sentir a Mis Lectamientos
sufrir. Fue quien lo leyó. Yo no me atreví, siempre he sido un cobarde en estos
casos; y le dejé el trabajo a Mis Lectamientos. Ya fue un impacto traumático su
primera novela y no necesitaba pasar un camino igual. Bueno, más que no
necesitarlo, no quería, me negaba a que floreciera ese odio puro, marchito, venenoso y dañino
hacia Bujalance. Así que cuando se lo hice saber a Mis Lectamientos, fijó su
vista en mis ojos y pude notar la incomprensión de dejar pasar esta oportunidad
primero y después esa furia que te hace levantar medio labio superior hacia la
nariz. Soltó su brazo y agarró el libro que yo sostenía. Sólo le faltó gritar,
trae para acá, maricón. Sin un ápice de arrepentimiento, dejé que casi
destrozara mis manos por el latigazo que propinó hacia el libro, si esto
significaba librarme de la lectura del mismo. Todavía las tenía latiéndome de
dolor, las manos, cuando nos acercamos a la puerta que iba a suponer la
frontera entre Mis Lectamientos y yo. El pomo frío casi helado, además de hacer las veces de
analgésico a mis palpitantes manos - que
por el alivio causante decidí alargar la apertura, así que creíase Mis
Lectamientos que en último instante sería yo el entrante - también lo consideré
como arma contra él, puesto que al abrirla, le estaba augurando una penalidad.
La habitación fue imaginariamente construida por nosotros
momentos antes de coger el libro para iniciar su lectura. Ya sabíamos que
necesitábamos una habitación del pánico para poder soportar la angustia
lectoril que nos esperaba. Entró si tan siquiera rozarme y con el libro
atrapado en una de sus manos de tal manera que pareciera que quería
estrangularlo antes de su comienzo, como si así pudiera ser más dócil a la hora
de comprenderlo. No quise observar dónde se acomodó por el miedo a que se diera
repentinamente la vuelta y me atornillara mi cabeza con una mirada odiosa. Y
tan sólo la puerta hizo el chasquido que se interpreta como que se ha cerrado y
le di tres vueltas a la llave, Mis Lectamientos profirió un grandioso y
tremendo grito.
Durante los cuatro días que duró la lectura, cada vez que le
hacía una visita, lo único que me atrevía a hacer es sentarme de cuclillas por
fuera de la habitación sobre la puerta, con la barbilla apoyada en mis rodillas
y mis ojos intentando mirar cualquier cosa que pudiera abstraer a mis
pensamientos y no centrarse en la agonía que recorría la habitación y golpeaba
a Mis Lectamientos cada vez que era capaz de leer un párrafo. Mas no me sentía
culpable por dejarle este trabajo. Sabía que yo no era capaz de hacerlo y para
eso estaba Mis Lectamientos. Al cuarto día, después de otro grandioso chillido
y unos cuantos golpes terroríficos, la habitación se quedó totalmente en
silencio. Esta era la señal. Se acabó. Había terminado su trabajo. Me levanté
con la rapidez con que se mueve un cobarde, o sea, muy despacio. Sin intentar
hacer un minúsculo ruido por lo que pueda pasar. No sabía qué cosa podía
enfadar a Mis Lectamientos después de estos agónicos y agotadores cuatro días.
En ningún momento me imaginé que pudiera escapar, puesto que la puerta sólo
tenía un pomo y se encontraba por la parte de fuera; además de no tener
ventanas, sólo existían algunas rejillas de ventilación, y unas luces tipo led
para que no cansara la vista. Así que mi intencionada mimetización era más por
el miedo a una reacción negativa sobre mi presencia, que por el miedo a una
escapada salvaje de Mis Lectamientos.
Al abrir completamente la puerta, me lo encontré sentado en
la silla, con los codos sobre la mesa y mirando el libro cerrado. Sin
pestañear. Lo llamé un par de veces y no reaccionó de ninguna manera. Ya sabía
yo que el barranquismo literario de Bujalance podía acarrear estas
consecuencias. No es un libro que lo cierras y si te he visto no me acuerdo.
Para nada, sabía que esa literatura extenuante, ansiosa y angustiosa podía
hacer esto. Todas las paredes tenían nudillos como moldes. Sabía que podía
enfurecer a su lector y hacer que apretara los dientes por la indefensión que
produce su lectura. Conozco a Mis Lectamientos y no era de extrañar que
empezara a golpear paredes. Rodeando los moldes de nudillos se podía observar
un áurea roja: la sangre. Imposible adivinar cuántos golpes recibieron las
paredes, pero conociendo el texto, no los suficientes para descargar el odio
que perpetra el autor. Vuelvo a mirar a Mis Lectamientos y sigue perdido. Bajo
la vista hacia la mesa y la noto mojada, mojadísima. Lágrimas. Son lágrimas. No
nos importa tanto lo que dice el autor, sino cómo lo dice. Las lágrimas intuyo
que no son por el qué dice. Puesto que sus ideas son tan próximas a las
nuestras, que no necesito que me las reafirmen. Esas lágrimas son por el cómo.
Cómo monta un escenario gris y blanco absoluto. Cómo hace de la desesperanza un
arte literario. Esa son las lágrimas. Las manos de Mis Lectamientos están
hinchadas y sangrantes. Seguro que la insoportabilidad de la respiración
entrecortada con la que ha leído la novela, le hacía golpear a las paredes.
Cada página se retuerce más y más contra la anterior, estrangula su misma prosa
y convierte al escenario de la historia y sus personajes en angustia pura. Nada
de esto pudo domar a la novela. Ésta es espectacularmente fuerte y te hace
sentir que eres un buen lector, notas cómo las imágenes que el autor desea
plasmar, las visualizas sin ningún tipo de problemas. Sabes que este
ofrecimiento que hace Bujalance al lector es de una gran consideración y
pleitesía; el autor no es conformista en este aspecto y quiere ser lo más generoso
posible con el lector. Al querer domarla, sientes esa fuerza y te hace
demostrar que, aunque no puedas domarla, con comprenderla tienes bastante.
Miro hacia el libro y está totalmente destrozado por los
golpes que le ha proferido ¿Qué hubiera hecho si hubiera tenido al autor
enfrente?, ¿hubiera sido capaz de tirárselo contra su cabeza? Lo más seguro es
que sí. El libro destrozado demuestra que no ha conocido la indiferencia del
lector. En ese momento Mis Lectamientos se levanta raudo, coge la silla y la
destroza contra el suelo. Me mira y yo me asusto terriblemente. Se acerca y
creo que me va a estrangular por la posición con la que se acerca. Entrecierro
los ojos y espero lo peor. Me da un gran abrazo y me dice al oído, gracias.