Cada vez que leo algo de este Escritor Mis Lectamientos, sin saber ni un ápice de solfeo, intenta componer, dirigir e interpretar una banda sonora acorde con la novela; una banda sonora que sea contextual con la historia y la va entrelazando por el camino, sin conocer lo que puede venir después. Música intuitiva. Esta vez la música que creaba no era nítida, bastante lenta, con muchos espacios vacíos, triste; sin embargo, no podía dejar de escucharla.
Mis lectamientos y yo firmamos una tregua de no agresión mientras dure el viaje. En el momento de adquirir la novela, ya sabemos que vamos a tener paz durante todo el tiempo que dure la historia. Siempre tenemos la misma batalla cada vez que abrimos una novela. A saber, que si te has equivocado de libro, que si ese no era, que hay que ser más valiente, etc. Con Soler no. Tenemos la paz que necesitamos para sumergirnos en la literatura soleriana – sí, creo que es de merecimiento que tenga su propia firma – donde siempre la esperamos apaciguadamente y con una sensación de tener seguro el poco rechazo con que la vamos a recibir. Nos olvidamos de lo aprendido, las experiencias pasadas son inocuas, conseguimos que parezca que es la primera vez que leemos una novela, nos disgusta todo lo anteriormente comprendido. Tengo que querer a su literatura, es preciso para que me sienta bien como lector, es necesario amar a la literatura de Soler. La necesidad de saber que por estos escritos soy lector. Por este motivo deseo leer.
La historia en sí no tiene ningún motivo para que le den un premio a la originalidad. Es una de las historias más trilladas del universo. Pero eso no es lo importante. Lo realmente importante es el cómo. Cómo lo cuenta. Soler utiliza sus armas para que esa trilladísima historia sea un hilo conductor sobre el que pesa toda su literatura. La belleza de su escribir nos tiene en una nube; no podemos comprender cómo pasa de la tragedia al humor negro en menos de tres palabras. No queremos entender el sabor agrio que envuelve a todo escenario. Disfrutamos con las composiciones de las imágenes, que sabe darle el tempo y la estructura exacta para que no pierda la frescura, el aplomo o la angustia que exige la narración. Damos un respingo cuando, desde la belleza tranquila de su escritura, nos da un salto hacia un clímax emocional y argumental inesperado con una amargura que nos hace mantenernos en guardia mientras pasamos ese trago. Nadie es más triste en la galaxia que la narradora de la historia. La tristeza supina. Gris es la historia, sí; pero la lectura es bella, es pasional. Nos sentimos orgullosos de leerla. Nos sentimos miembros de un lobby el cual sabemos apreciar esta escritura. En los momentos que estamos con el libro nos sentimos profundamente elitistas. Es literatura bella.
No puedo ser subjetivo con Soler, es más, no quiero serlo. Hay miles de escritores que seguramente pueden estar al nivel de éste o superarlo. Por eso comprendo que mi deferencia hacia este escritor puede ser irracional; de eso se trata: la incomprensión sobre la querencia de la literatura de Soler es lo que me hace sentir todo lo anteriormente explicado. Eso sí, no caeré en la trampa de obsesionarme con sus escritos como me pasó con Saramago, para que el abuso no llegue al aburrimiento. Dejaré un gran espacio temporal entre novela y novela, porque estoy seguro que así lo saborearé como es de recibo. No soy crítico y por eso me tomo estas libertades. Escribo lo que siento en los momentos de la lectura y no espero que sea una crítica, puesto que no lo es.
“Gracias, ¡qué grandes estamos esta mañana!”