martes, 8 de febrero de 2011













Queramos o no queramos, sea nuestro deseo o no, todos nosotros nos condicionamos a alguna moda ya sea preescrita o auto impuesta. En el momento que te sientes parte integrante de esa moda no deseas que nada ni nadie te aparte de ella, puesto que, según tu criterio, eres una pieza esencial del engranaje y además te sientes no ya como el único, si no como el mejor  conocedor del movimiento por cada paso que das dentro de tu  mundo paralelo ficticio. Estos ímpetus no tienen una duración determinada y están muy condicionados al contexto tanto social como personal al que estés integrado. No es lo mismo que dentro de tu voluntariedad para hacer dicha inmersión lo hagas solo, a que tengas cómplices para alargar en el tiempo y espacio de tu deseada aproximación imposible al centro del asunto, puesto que siempre tendrás temas por descubrir y callejones por atravesar sin que puedas llegar a la diana. Seguro que vas a necesitar más. Si llegas a un punto del no retorno, llámese fascinación, la moda hace las veces de muro que te impedirá tener una mente abierta y espiral. Esta es la parrafada que le expulso a Mis Lectamientos cada vez que observo que se acerca al punto del no retorno. Claudica y damos un giro visceral para que no tenga el deseo de volver a intentarlo. Ya me pasó con la etapa de El Siglo de Oro, con los tratados filosóficos, las novelas históricas, con las “salvamundos”, con Saramago… y ahora con el mundo del “Ulysses” de Joyce.

En la inmersión por el embudo absorbente que podía llegar a ser el universo del “Ulysses”, me interesaba cualquier partícula microscópica que pudiera pasearse aunque fuera cerca de la órbita de cualquier planeta que yo considerara que me tuviera algo que contar sobre mi quasi fascinación. Así que, al explotar mi big bang particular cuando descubrí La Orden Del Finnegans, comencé a recopilar libros que tuvieran algún nexo con esta nueva galaxia. Así llegué hasta esta novela; pasito a pasito, libro a libro, me encontré con Paul Auster. Observé que ya me alejaba del mundo que creé con “Ulysses” y casi fue una liberación leer este libro sin que “La Tiranía del Ulysses” fuera un filtro por donde colar a Mis Lectamientos.

Paul Auster era una de nuestra asignatura pendiente. Bueno más que pendiente, era flotante. La elección de este título fue al azar, no hubo impedimento por parte de Mis Lectamientos, porque lo que le interesaba era tener en su biblioteca personal una novela de éste. De vez en cuando, nos gusta la novela americana. La buena novela americana. Es directa, comercial, pero con calidad. Sabíamos que Auster es un valor que no nos iba a defraudar. Así ha sido.  Parco en detalles, directo en sensaciones, en fin, útil cada vez que quiere expresar una sensación del personaje, las cuales llegan a ser incomprensibles en ciertos pasajes, puesto que ya casi roza la ciencia ficción y es atrapado por el psicothriller metafísico. Aunque de eso se trata, de saber comprender lo que está escribiendo y desconocer hasta dónde es capaz de llegar. El movimiento minimalista con el que hace que la novela transcurra y el decorado en blanco y negro por donde pasean los protagonistas, te pueden hacer sufrir un vacío que debes remediarlo recordando que el autor te invita a que lo llenes tú, así puedes construir tu propio puzzle con las piezas que te presta. Te hace saber que dichas piezas están esparcidas por toda la historia, sin embargo te da señales que al final de cada historia, las fichas que no tienes colocadas todavía o que crees que no vas a ser capaz de colocarlas, se las tienes que devolver y, en vez de ayudarte a terminar el puzzle, se acerca donde te encuentras concentrado y queriendo terminar el juego que te ha propuesto él, da una escandalosa patada a la mesa que hace que las colocadas y las que no, salten por toda la habitación y ya no sepas ni qué puzzle estabas haciendo, ni cuánto te quedaba, ni por qué lo ha hecho. Auster, sin inmutarse, sale de la habitación con todas sus fichas sin mirar atrás y sin ningún gesto de arrepentimiento por lo que ha hecho.

Desde el mismo momento que abrí por primera el libro tuve el gran deseo de enlazar la lectura con la música de Leonard Cohen. Lo superé. No caí en la trampa.