Comprendo que este texto es
totalmente básico, sin ninguna amalgama de detalles, improvistos o diferentes
cauces.
La consideración esquemática que
tenemos de esta sociedad siempre ha sido como un dibujo piramidal, donde el poder
siempre lo hemos colocado en la cúspide, que, aunque suele ser estrecha,
convierten o construyen balcones o habitaciones anexas para, según sus necesidades,
hacer subir a unos cuantos individuos de los estratos inferiores y poder
utilizarlos como una herramienta más. Estos son los peligrosos. Los Cuspidianos
viven y se encuentran a gusto ahí, pero los invitados quieren, por cualquier
medio, obtener esa ciudadanía Cuspidal y no le importa lo más mínimo ser o
convertirse en herramientas del sistema social de la Cúspide. Esos balcones
están atestados de marionetas inmersas en una atmósfera de envidia, odio,
mezquindad, ignorancia e hipocresía. Sin embargo están bien domados y todas
estas virtudes las deslizan por las paredes de la pirámide para que resbale e
impregne toda la superficie. Cada cierto tiempo los Cuspidianos hacen una criba
y arrojan a unos cuantos invitados y a otros tantos le conceden la ciudadanía.
Este es el ciclo sistemático de la Cúspide. Su subsistencia depende de cuánta
mediocridad, poder, competición, popularidad, envidia, son capaces de fabricar
para la Base. Esa es la fábrica, esa es su industria. Y los Baseleños atrapan
estos productos como alimento diario. La Base acata todas las premisas dictadas
por la Cúspide y así poder entrar en un estado de semi letargo apacible, donde
queden cubiertas las necesidades más que básicas. Todo esto propicia que la
zona de confort quede blindada; ni se puede, ni se quiere escapar. Los
Cuspidianos ni se plantean la posibilidad de intentar comprender que puede
haber otra forma de vivir o pensar que la de la Cúspide. Además, tienen tan
incrustado esta forma de existir, están tan acostumbrados a hacerles creer a
los Baseleños que viven en una democracia, tienen tan en mente que no hay otra
forma de biensubsistir, que lo trasladan como despotismo a la Base. Los
Baseleños toman como bueno este modus vivendi puesto que no conocen otro y, a
base de propaganda continua, les hacen creer que son los amos de sus propias
vidas. Sin embargo, desde la educación, hasta la sanidad, pasando por la
seguridad y el trabajo, están controlados estrechamente por la Cúspide. Hacen
que la marea de la sociedad y la economía vayan danzando según sus necesidades.
Siempre queriendo hacerles entender que la Base es la controladora y lo único
que necesitan de ellos es la mano es la mano de obra y poder adquisitivo
suficiente para que el comercio no se pare en seco.
En ocasiones la Cúspide decide
congestionar el mercado y la sociedad. Más que congestionar, lo contaminan, lo
apabullan, lo aplastan. Tienen el poder suficiente para hacer creer a los
Baseleños que, antes de las Grandes Congestiones, eran personas totalmente
felices, con alto grado de poder adquisitivo y que eran los verdaderos
poderosos haciendo que tuvieran la oportunidad de poder permitirse plantearse
cuestiones económicas, como segunda vivienda, gran coche… Los Baseleños se
sienten importantes, apreciados, son grandes consumidores. Pero llega el
momento de resetear la Pirámide. En este momento el total del ejército mediático
y económico de la Cúspide avanza por las caras de la Pirámide y van arañando y
engullendo víctimas; parece que tienen una alfombra que la cogen por una parte
y la sacuden haciendo aparecer una onda que hace que salte todo lo que se
encuentre en ella y desestabilice al aterrizar. Esto hacen, cuando la onda va
avanzando, desestabiliza a todo Baseleño que alcanza a aterrizar. En el momento
que se dan cuenta de lo ocurrido, miran a todos lados con cara de sorpresa y
preguntándose qué ha pasado. Los Cuspidianos miran hacia abajo y mandan órdenes
a su ejército que le hagan ver a los Baseleños que no había más remedio que
descongestionar la sociedad. Le ordenan que propaguen que antes eran unos
privilegiados y que irremediablemente debe de cambiar este rumbo para poder
subsistir.
Muchos invitados de la Cúspide
son expulsados por su incapacidad de saber gestionar la Gran Congestión o porque
ya no son necesarios. Los que se quedan en la Cúspide son convertidos en
Cuspidianos de pleno derecho y su primer cometido es captar a los nuevos
invitados. Gente nueva que puedan ser marionetizados. Gente con unos escrúpulos
controlables por los más antiguos y poderosos. Mientras, en la Base, una parte
de los habitantes empiezan a mirar hacia arriba de reojo y empiezan a comprender
que lo de antes no era tan bueno y que lo de ahora no es irremediable. Estos
Baseleños son tratados como habitantes utópicos, habitantes que no están
inmersos en la problemática actual y que no pueden tener una solución factible.
La Cúspide se encarga de machacarlos moralmente; hará que los demás habitantes
de la Base los vean como personas sin sentido de la realidad. Pero ellos
seguirán luchando contra la Cúspide con los precarios medios que obtienen. Los
demás habitantes también entrarán en un trance de indignación, sin embargo será
más desorganizada y personal. Cada uno querrá luchar por su individualidad y no
querrán comprometerse con ningún grupo de presión. Esto es lo que ha conseguido
la Cúspide, la total división de fuerzas dentro de la Base. Estos Baseleños estarán
más interesados en el vecino y en su superación antes que en ver cómo la
Cúspide sigue enriqueciéndose y viviendo a costa de la Base. No suelen mirar
más allá de seis o siete calles y propinan cualquier acto de indignación a otro
habitante de la Base que pueda subsistir medianamente holgado. Lo ven como a un
enemigo y no intentan comprender que los Baseleños que subsisten medianamente
bien, requieran unas mejoras. La Cúspide atusa a los individualmente indignados
a que luchen contra ellos y les hacen ver que el enemigo está dentro de la
misma Base. La envidia, la hipocresía, el egoísmo, la incomprensión son las
armas de la Cúspide. Pero sin la mayoría de la Base peleándose entre ellos, no
podrían hacer nada. Todas las armas de la Cúspide son ofrecidas gratuitamente a
quien quiera recogerlas. Muchos son.
La Cúspide siempre gana.