martes, 14 de mayo de 2013

El Sueño Real.


A la edad de tres años, estando tumbado en la cama, vi cómo por la ventana abierta, porque era verano, entró un trueno que no llegó a alcanzarme. En ese momento no sentí miedo porque no tenía conciencia del peligro que podía acarrear. Inmediatamente después de la salida del trueno entraron por la misma ventana, y como escalando por el patio interior que existe entre bloques, un par de enanos con sombreros de copa, un gigante con una amplia sonrisa y pantalones cortos y algunos personajes más que los reconozco ahora como elfos o duendes. Todos ellos estuvieron como cuestión de tres o cuatro minutos hablando conmigo en la habitación; no sentía ni pánico ni miedo, solo una sensación de sorpresa que no pudo quitárseme hasta que, con un repentino adiós, se marcharon por donde vinieron. Estuve un gran rato en posición semitumbada y mirando a la ventana, que en ese momento hacía las veces de una nueva puerta recién descubierta. No esperaba en ese momento que entraran otra vez, si no que pensaba quién entraría por esa ventana otro día o que si siempre lo habían hecho y que era la primera vez que yo me di cuenta. Pensé que tendría que tener mucho cuidado con lo que hacía en esa habitación, puesto que me podían estar observando y decírselo a mi madre. Sin embargo, mi intención no era de dejarla de lado en esta experiencia, así que la busqué y le conté todo lo que había pasado en esa habitación instantes antes. Mi madre me dejó que terminara de contar mi historia y cuando finalicé, me dijo con rotundidad y como sabiendo sin lugar a dudas de lo que hablaba, lo que has tenido es un sueño.

Me quedé mirando a mi madre con los ojos llenos de sorpresa y de incomprensión. En verdad no entendía lo que me quiso decir. Qué era un qué. Y me lo volvió a repetir, has tenido un sueño. No es real. Pero eso qué es, si estaban allí y he hablado con ellos. Al fin mi madre se percató que no entendía el concepto de “sueño” porque nunca tuvo la necesidad de explicármelo. Pues llegó el momento. Tuvo la suficiente paciencia para revelarle a un crío hipersensible el secreto de lo que significaba soñar. Me imagino mi cara de sorpresa, incomprensión y rabia que debía de proyectar; esa casi lágrima saltada de un ojo, porque mi madre cada vez quería suavizar y ablandar su exposición. Del todo una aventura fracasada. No pudo hacerme comprender que el sueño siempre será un sueño y que jamás será una realidad. Lo acepté, pero no comprendía esa gran injusticia que era haber vivido algo y no poder decir que lo has vivido, si no que lo has soñado. Así que, como siempre que no comprendía algo, lloré. Pero lloré. No un poco, no.


¿Quién te dice que los sueños no pueden ser reales? ¿Por qué los sueños no pueden tener la categoría de realidad mental? Puedo asegurar que ese sueño lo sentí como una verdadera realidad, no era consciente que mi mente movía los hilos de los demás personajes de ese teatrillo que mi alma proyectó. En el momento que mi madre me dijo que lo vivido por mí no podía ser creíble, tuve la sensación de haber perdido un gran trozo de una realidad que me debería de ser devuelta en algún momento. La injusticia vital que es no poder recolectar los sueños para hacerlos reales; para almacenarlos en la memoria como sinceramente tuyos. El sueño debería tener un aposento en nuestra alma, deberíamos tenerlos como verdadero, como cierto. Pero claro, nuestra mente es sabia y la gran mayoría de los sueños son desechados y triturados. Tengo la buena sensación que me acuerdo de ese sueño tan bien porque sentía que era una realidad. Pude engañar, sin la más mínima proposición de hacerlo, a mi mente y convencerla que era mi realidad. ¿Por qué no aceptamos los sueños como reales? Tenemos esa manida frase de “un sueño hecho realidad”; y tenemos a mano descatalogarla como tal y convencernos que los sueños pueden ser parte de nuestra realidad, recordarlos como vivencias. ¿Quién lo puede impedir? Los sueños son siempre unas vivencias agradables, son situaciones que te gustaría que hubieran sido realidad. Y no lo son porque alguien en un momento dado, te explicó que era un pensamiento imaginario de tu mente. El sueño debe de ser real. El sueño debe de ser tuyo, pero egoístamente tuyo. Ese es el motivo por el que encontramos una alegría sobre excitada cuando encontramos una situación que, por excelente, estamos seguros que puede ser un sueño. Esas buenas situaciones debemos atesorarlas, guardarlas. El sueño debe de ser real. Todavía tengo en mi memoria la incomprensión que tenía en mi cabeza en el momento que mi madre me explicaba la irrealidad del sueño, porque yo necesitaba que ese sueño hubiera sido real. Lo peor es que, por definición, el sueño no es eterno, el sueño es efímero y peor aún si eres capaz de saber que tu mente ha fabricado un buen sueño y por saber que no ha sido una realidad, lo destroza y lo envía a incinerar. Y tú sabes que ha habido algo bueno y no eres capaz de revivirlo a modo de recuerdo. Debemos tratar nuestras buenas situaciones como sueños, como sueños reales. Esos son nuestros momentos. Debemos ganar la tiranía de esta injusticia y creernos que los sueños son reales. Tenemos que creernos que los sueños buenos pueden ser merecidos por nosotros. Intentemos regresar al momento que nos creíamos la realidad de nuestros sueños y aprendamos a creernos nuestras buenas vivencias. Seguro que seremos más felices.