sábado, 5 de enero de 2013

El abuelo que saltó por la ventana y se largó. Jonas Jonasson.



















Debo de ser un lector raro. Puesto que mi carrera como lector roza los treinta años, si no los ha superado ya,  y la he llenado de rituales y manías mi comportamiento lectoril, tanto a la hora de la lectura como en el momento de escoger un libro, así como el orden con el que tengo que engullir cada uno. MisLectamientos es dictador en esta metodología y no consiente ninguna situación anómala que consiga desviar, de modo alguno, la situación y el escenario que tantísimo trabajo y años le ha costado construir. Es un simple dictador de su método y sus leyes no son pensadas de antemano, ni siquiera obtienen consenso alguno; esto es así y punto. Mientras vamos leyendo un libro, se le va ocurriendo una serie de normas que hay que acatar, tanto en el leído como en el próximo. Pero sus estricciones no paran en el tiempo que estamos inmersos en la lectura, si no que expande sus miras inquisitorias e imperialistas y nos atiborra de leyes entre libro y libro. Esto es, el momento de adquirirlo, la forma de tocarlo, cómo debe de ser guardado hasta su apertura… En fin, rituales que sobrellevo con dignidad porque, en la inmensa mayoría de las ocasiones, me resulta cómodo seguirlas y me hacen mi plan lectoril mucho más agradable y sencillo. Sin embargo a todo dictador le tiene que llegar un pero.

Un punto que llevamos a rajatabla y que no me pesa en absoluto es no recomendar ningún libro, muchísimo menos regalar y, bajo ninguna circunstancia ni persona, prestar uno. No tengo ningún problema en plantearlo a la persona que quiera adquirir de mí cualesquiera de estas indicaciones. Son nuestras normas, que hemos ido diseñando y redactando poco a poco y que no hay duda que cada una de ellas tiene un importante “por qué”. Sabemos que estas leyes son esenciales para nosotros y hasta podemos llegar a comprender que la mayoría de nuestros conocidos no compartan estas estrictas leyes y las consideren en más de una ocasión normas absurdas, pero como es nuestro territorio, podemos crearlas a nuestro antojo y siempre haciendo nuestros lectamientos más viables y sencillos. Sin embargo a cada dictador le tiene que llegar un pero.

Eso sí, mi disposición a recibir un libro regalado es absoluta. He aquí la incongruencia. Pero el dictador de Mislectamientos no considera este ofrecimiento como un acto bien recibido. No. Tiene el convencimiento que es un acto de rebeldía hacia su mandato; ninguno de los libros regalados tienen el más mínimo interés por su parte y toda su energía la malgasta en envenenar el ambiente e intentar boicotear en todo momento la lectura. Pero estoy seguro que, además de esto, siente peligrar su dominio en nuestro microclima perfecto y siente la necesidad de no aceptar esa lectura como válida para su mandato. Siempre será un libro banal, aunque se tratase de alguna edición de El Quijote.

Me hago fuerte. Es el único momento donde levanto la cabeza con gallardía y soberbia. Reposa el libro en mis manos, siento a la persona que me lo regala, aunque no la tenga delante en ese momento. La energía que me transmite hace que mis pupilas doblen su capacidad normal; doblego en ese momento la cabeza hacia la novela y, sin pestañear, me imagino a la persona regaladora buscando un título exacto, un libro exacto; mirando estantería por estantería. Me imagino a esa persona pensando cuál será el libro a regalar. Considero cómo emplea su tiempo en buscarlo, cómo sonríe al encontrarlo. Abro el libro y veo a esa persona, siento a esa persona. Noto que está conmigo. Necesito alargar ese momento, así que sigo tocando el libro. No leo el título, no me hace falta. Sólo quiero sentir ese momento. Un libro regalado. Energía pura. Lo guardo sin saber quién lo escribe. Lo guardo; comparto mi alma con esa persona. Aunque no lo sepa.

Este libro me hizo renacer. Tuve una crisis anterior y casi mato a Mislectamientos. La pérdida de ilusión fue bastante importante. Casi catastrófica. Este regalo me hizo renacer. Decidí boicotear unas de las normas que tenemos y me salté un libro para sentir este. Necesitaba leer esta novela, quería leer esta novela. Cada página que pasaba renacía un poco más, cada una que leía me sentía más unido a él. Estoy seguro que será uno de los libros más recordados por mí. Mi energía lectoril se recargó y me devolvió la ilusión. Necesitaba revivir el momento de recibir el libro por cada página que engullía. Me hacía volver a conectar con la literatura. No ya por el libro, sino por el regalo. Esto fue lo que me hizo renacer. Mislectamientos tuvo que arrinconarse y no rechistar en ningún instante, sólo lo dejé que sacara sus conclusiones cuando disfruté hasta el final del libro. No dejé que tuviera ni un momento de osadía con mi libro. Porque el libro es mío.

Siempre he creído que la buena literatura no está construida para los escandinavos, para muestra un botón. Lo único que puedo sacar de provecho literariamente de este libro son sus ganas de agradar y de hacer una novela dinámica. Nunca me fiaré de un escritor que implanta un título largo a su novela; parece que quiera impresionar por el título y no por su contenido. Aunque el personaje principal cumpla su centenario al principio de la historia, no se hace nada pesada. Mis pasos por esta novela estuvieron muy controlados por MisLectamientos, que, aunque pareciera que no, lo miraba de soslayo de vez en cuando y podía sentir su mirada de asombro y odio. No lo necesité. Este es mi libro. El libro que me hizo renacer.

No hay comentarios:

Publicar un comentario