martes, 13 de noviembre de 2012

La Mentira.


Me imagino a un casi difunto, en sus últimos momentos de respiración escuchando una verdad escondida que le confiesa un delator queriendo, seguramente, no querer hacerle pasar a su otro mundo con una mentira que, a lo mejor, hace bastante tiempo que habita en su vida. Me imagino que esa verdad puede hacerle sentir verdadero pánico en sus últimos momentos, puesto que nunca hubiera imaginado tal traición, tanto por contarlo ahora, como por ser víctima del engaño. Éste ya puede ser una fidelidad, un robo… seguramente el delator intenta tener las mejores intenciones con el medio fallecido. Sin embargo me imagino que ese traspaso de mentira a verdad, además de tener una carga casi mortal de cobardía, es la respuesta más humana dentro de sus emociones, que no es otra que el egoísmo personal, que seguro que en estos casos se ve reforzado por un sentimiento de culpabilidad que cada vez agrieta más el alma del confesionado hasta casi romperla; dándole a su confesión un manto de arrepentimiento que pueda envolver toda una vida de traición y mentira.

Pero, ¿esa certeza es buena para el moribundo? ¿Necesita esa confesión? En el momento de ir soltando las palabras, en realidad para el medio muerto son losas de piedra que cada vez que llegan a su oído se van incrustando por todo su cuerpo y le hacen sangrar pena por todos sus ya disminuidos y casi cerrados poros; estas palabras consigue abrirlos, pero no para respirar, si no para que salga el sufrimiento reprimido y desconocido que ese secreto, sin querer, guardó durante toda la estancia que sobrevivió en las personas implicadas. Abrirá un poco los ojos y lo único que puede expresar con ellos es La Lágrima. La confesión muere en el momento de ser recibida, sin embargo, el efecto explosión que ocasiona durante los segundos o minutos u horas o días que cohabita en ese, ya casi demacrado, cuerpo. Seguro que esos segundos o minutos u horas o días tendrán la misma intensidad de tensión y angustia. Seguro que no por ser unos segundos, le parecerá breve la sensación de sufrimiento extremo. Seguro que piensa que por qué ahora, por qué no lo han dejado morir sin tener en mente esa apreciación borrosa de toda su existencia, por qué tiene que dejar la vida sabiendo que ha sido engañado durante un periodo de su vida. No comprenderá el motivo de tal apuñalamiento y creerá que si no saben que ya sufre lo suficiente con su letargo para también lastrar esas palabras. Morirá con una tristeza y sufrimiento añadido, que ya de por sí debe de ser angustioso por saber que tiene que dejar una vida. Aunque pueda sentir en esos segundos o minutos u horas o días, que todo lo vivido ha sido un engaño y que lo han utilizado sin poder poner él remedio. Y murió.

¿Por qué cree el confesado que hace lo mejor para el casi muerto? No creo que pueda hacerse la idea de lo que hace. El casi vivo sólo se va en paz cuando recibe una noticia así en las películas. El confesante sólo actúa por un máximo grado de egoísmo y lo que no quiere es arrepentirse de la oportunidad perdida que tuvo en el lecho del moribundo. No quiere ni imaginarse lo que puede ser acordarse cada día de cómo sería su propia vida si le hubiera confesado ese secreto que tenía guardado. Así que, en un acto de total cobardía, le suelta esas palapiedras  lo más ásperamente posible,  con el convencimiento que es lo mejor para el que oye. La crueldad en su confesión es un acto más de egoísmo, puesto que cree que la realidad debe de ser servida con frialdad y  brutalidad, y terminar su exposición con un debía decírtelo así, sin paños calientes. El agobio que le causaba este peso lo multiplica por diez mil al muerto casi. Pero él pensará que ha hecho lo mejor para todos.

¿Por qué creemos que una confesión de ese tipo es buena? Pienso que no deberíamos decirlo, que se muriera con el convencimiento que su vida ha sido un éxito y que no pasará a la muerte con un sobrecargo que ha pedido. Ese sería el verdadero acto de generosidad, cargar con el arrepentimiento y el sufrimiento todo lo que le queda de vida. La generosidad de pensar que podía deshacerse de esa confesión y que no lo ha hecho para que el muerto se haya ido en paz y sin un sentimiento de angustia y desesperanza. Esa es la generosidad. Guárdate tu confesión y convive con ella. Si lo has ocultado por miedo, guárdatela por generosidad.