Me imagino a un casi difunto, en
sus últimos momentos de respiración escuchando una verdad escondida que le
confiesa un delator queriendo, seguramente, no querer hacerle pasar a su otro
mundo con una mentira que, a lo mejor, hace bastante tiempo que habita en su
vida. Me imagino que esa verdad puede hacerle sentir verdadero pánico en sus
últimos momentos, puesto que nunca hubiera imaginado tal traición, tanto por
contarlo ahora, como por ser víctima del engaño. Éste ya puede ser una fidelidad,
un robo… seguramente el delator intenta tener las mejores intenciones con el
medio fallecido. Sin embargo me imagino que ese traspaso de mentira a verdad,
además de tener una carga casi mortal de cobardía, es la respuesta más humana
dentro de sus emociones, que no es otra que el egoísmo personal, que seguro que
en estos casos se ve reforzado por un sentimiento de culpabilidad que cada vez
agrieta más el alma del confesionado hasta casi romperla; dándole a su
confesión un manto de arrepentimiento que pueda envolver toda una vida de
traición y mentira.
Pero, ¿esa certeza es buena para
el moribundo? ¿Necesita esa confesión? En el momento de ir soltando las
palabras, en realidad para el medio muerto son losas de piedra que cada vez que
llegan a su oído se van incrustando por todo su cuerpo y le hacen sangrar pena
por todos sus ya disminuidos y casi cerrados poros; estas palabras consigue
abrirlos, pero no para respirar, si no para que salga el sufrimiento reprimido
y desconocido que ese secreto, sin querer, guardó durante toda la estancia que sobrevivió
en las personas implicadas. Abrirá un poco los ojos y lo único que puede
expresar con ellos es La Lágrima. La confesión muere en el momento de ser
recibida, sin embargo, el efecto explosión que ocasiona durante los segundos o
minutos u horas o días que cohabita en ese, ya casi demacrado, cuerpo. Seguro
que esos segundos o minutos u horas o días tendrán la misma intensidad de
tensión y angustia. Seguro que no por ser unos segundos, le parecerá breve la
sensación de sufrimiento extremo. Seguro que piensa que por qué ahora, por qué
no lo han dejado morir sin tener en mente esa apreciación borrosa de toda su existencia,
por qué tiene que dejar la vida sabiendo que ha sido engañado durante un
periodo de su vida. No comprenderá el motivo de tal apuñalamiento y creerá que
si no saben que ya sufre lo suficiente con su letargo para también lastrar esas
palabras. Morirá con una tristeza y sufrimiento añadido, que ya de por sí debe
de ser angustioso por saber que tiene que dejar una vida. Aunque pueda sentir
en esos segundos o minutos u horas o días, que todo lo vivido ha sido un engaño
y que lo han utilizado sin poder poner él remedio. Y murió.
¿Por qué cree el confesado que
hace lo mejor para el casi muerto? No creo que pueda hacerse la idea de lo que
hace. El casi vivo sólo se va en paz cuando recibe una noticia así en las
películas. El confesante sólo actúa por un máximo grado de egoísmo y lo que no
quiere es arrepentirse de la oportunidad perdida que tuvo en el lecho del moribundo.
No quiere ni imaginarse lo que puede ser acordarse cada día de cómo sería su
propia vida si le hubiera confesado ese secreto que tenía guardado. Así que, en
un acto de total cobardía, le suelta esas palapiedras lo más ásperamente posible, con el convencimiento que es lo mejor para el
que oye. La crueldad en su confesión es un acto más de egoísmo, puesto que cree
que la realidad debe de ser servida con frialdad y brutalidad, y terminar su exposición con un
debía decírtelo así, sin paños calientes. El agobio que le causaba este peso lo
multiplica por diez mil al muerto casi. Pero él pensará que ha hecho lo mejor
para todos.
¿Por qué creemos que una
confesión de ese tipo es buena? Pienso que no deberíamos decirlo, que se
muriera con el convencimiento que su vida ha sido un éxito y que no pasará a la
muerte con un sobrecargo que ha pedido. Ese sería el verdadero acto de
generosidad, cargar con el arrepentimiento y el sufrimiento todo lo que le
queda de vida. La generosidad de pensar que podía deshacerse de esa confesión y
que no lo ha hecho para que el muerto se haya ido en paz y sin un sentimiento
de angustia y desesperanza. Esa es la generosidad. Guárdate tu confesión y
convive con ella. Si lo has ocultado por miedo, guárdatela por generosidad.