miércoles, 12 de septiembre de 2012

La Lágrima.


Al parecer me pasé los primeros años de mi infancia llorando por cualquier nimiedad, tanto es así que ví un televisor en color en Félix Sáenz y estuve dos días con sus noches llorando por no tenerlo en la casa donde habitaba en ese momento. Contaba con dos años y medio. Así transcurrió mi infancia, haciendo que mis padres soportaran, por cualquiera de los motivos que se puede imaginar, mis lloros y rabietas. No lloraba por lástima ni pena, más era por incomprensión y cabezonería. Era mi forma de exponer mi punto de vista a la disconformidad que me mostraban. Cada vez tenía menos motivos por los que llorar o intentaba retraerme en esa forma de expresión incontrolada y, la mayoría de las veces inútil. Llegó el momento de la primera pérdida de un familiar que pude tratarla como preadolescente y podía tener consciencia de lo que significaba la ausencia total y eterna de la compañía de esa persona. Vacié todas mis lágrimas ese día; todos los llantos que me controlé años atrás, los pude expulsar con total impunidad y sin que pareciera algo molesto. Me estuvo permitido llorar todo lo que necesité. Desde ese momento me prometí llorar sólo por las cosas verdaderamente importantes.

Odio al tiempo. El tiempo es un rodillo que no te deja disfrutar el momento. Sólo crees que lo disfrutas y, cuando ya te has dado cuenta que ha pasado, te queda el recuerdo. El recuerdo inútil que me hace tener una angustia bestial porque sé que cada vez que lo recuerde, sabré que ya ha pasado. El tiempo lo ha guardado, lo ha almacenado. Se lo ha quedado para él. El tiempo es odioso y egoísta en grado sumo. No puedo decir que conozca ningún aspecto de mi vida más egoísta que el tiempo. Me ha hecho saltar una sola lágrima, porque es durísimo saber que una etapa y los momentos que conlleva, los ha secuestrado. Esa lágrima sale de mi ojo rompiendo, doliendo, de color rojo furia. Ha caído por mi mejilla sin velocidad, frenada por la angustia y el recuerdo. El peso de esa lágrima me ha hecho un surco doliente que jamás podré curar, desgarra mi piel y la abrasa. Y, como quería que el tiempo me viera sufrir, la he dejado que me llegara al pescuezo. Allí se ha hecho fuerte y ha llamado a la bola con espinas que se me hace en la garganta y que me sea de un dolor insoportable tragar mi propia saliva o, en algún momento, respirar. La lágrima aprieta rodeando el cuello y me quiere ahogar. Esto me hace tener una angustia porque no puedo tocar ni oler ni revivir los momentos que el tiempo hace suyos, sin contrato ni aviso. Es así y punto. La añoranza me hace que salgan otras lágrimas ardientes y quiera borrar de mi memoria estos recuerdos y vivencias que he disfrutado. Me hace pensar que el tiempo es un maldito y que debería de amordazarlo y obligarlo a  que me dejara sentirme bien. Me gustaría saber el sufrimiento que causa y que no existe reparación alguna para su destrozo. Que cada vez que quiera recordar algo, me dejara disfrutarlo y sentirlo, sin saber que no volvería a vivirlo. Quisiera ser un ignorante y caer en su trampa sin más. No quisiera pensar gritando cada vez que recuerde alguna vivencia que me ha hecho feliz. No quisiera que la bola con espinas me desgarrara la garganta hasta que pudiera deshacerme de ella con la lucha de otros pensamientos. Le preguntaría al tiempo, por qué tengo que pensar en otras cuestiones y no quedarme con los recuerdos que quiero. Por qué tengo que tener mi mente aletargada para no caer en la trampa de la angustia. Ese es el juego de este, mí tiempo. Me retiene todos mis recuerdos y añoranzas y las convierte en energía angustiosa. Y sabe que siempre gana, que no hay manera de solucionar esto. Puesto que no es ningún problema. Es así. Así es. La única forma de reconfortarme cada vez que tengo estos trances es odiar a “El Tiempo” con toda la negatividad y pasión que puedo tener. Sé que le da igual, ya que no es capaz de sentir ni de padecer; sólo quiere recolectar mis recuerdos y utilizarlos para que consiga estar en un estado de ansiedad y angustia. De eso se alimenta y lo que hago es reconocer su fuerza. Me hace creer que me deja los apéndices de los recuerdos como cosa viva y lo único que me hace, es intentar desollar esos recuerdos y marcarlos lo más asépticamente posible con el cartel de “vivido”. Esa es mi vida y quisiera recordarla como más me plazca. Quisiera revivirla como la viví. Es mi material y no tuyo. Odio a “El Tiempo” por hacer que salga la lágrima. Si pudiera cogerte, te haría sufrir lo mismo que tú a mí. No tendría contemplaciones ni descanso, sólo quisiera poder hacerte sentir la venganza que me haces atesorar. Y la guardaré, para el momento que tenga ocasión. Guarda tú mis recuerdos que yo guardo mi venganza. Estoy seguro que mis padres también lo odian por no poder revivir los tiempos de mis lloros.