martes, 3 de julio de 2012

La Apnea del Hipopótamo. Pablo Bujalance.




















Cuatro días. Fueron cuatro días. Sólo cuatro días.
Tanto he tardado en escribir este texto, porque la angustia que envolvió esos cuatro días me dejaron exhausto, sin aliento. Mi cansancio y amargura no era por la lectura del libro; no lo leí. Sino por sentir a Mis Lectamientos sufrir. Fue quien lo leyó. Yo no me atreví, siempre he sido un cobarde en estos casos; y le dejé el trabajo a Mis Lectamientos. Ya fue un impacto traumático su primera novela y no necesitaba pasar un camino igual. Bueno, más que no necesitarlo, no quería, me negaba a que floreciera  ese odio puro, marchito, venenoso y dañino hacia Bujalance. Así que cuando se lo hice saber a Mis Lectamientos, fijó su vista en mis ojos y pude notar la incomprensión de dejar pasar esta oportunidad primero y después esa furia que te hace levantar medio labio superior hacia la nariz. Soltó su brazo y agarró el libro que yo sostenía. Sólo le faltó gritar, trae para acá, maricón. Sin un ápice de arrepentimiento, dejé que casi destrozara mis manos por el latigazo que propinó hacia el libro, si esto significaba librarme de la lectura del mismo. Todavía las tenía latiéndome de dolor, las manos, cuando nos acercamos a la puerta que iba a suponer la frontera entre Mis Lectamientos y yo. El pomo frío  casi helado, además de hacer las veces de analgésico a mis palpitantes manos -  que por el alivio causante decidí alargar la apertura, así que creíase Mis Lectamientos que en último instante sería yo el entrante - también lo consideré como arma contra él, puesto que al abrirla, le estaba augurando una penalidad.

La habitación fue imaginariamente construida por nosotros momentos antes de coger el libro para iniciar su lectura. Ya sabíamos que necesitábamos una habitación del pánico para poder soportar la angustia lectoril que nos esperaba. Entró si tan siquiera rozarme y con el libro atrapado en una de sus manos de tal manera que pareciera que quería estrangularlo antes de su comienzo, como si así pudiera ser más dócil a la hora de comprenderlo. No quise observar dónde se acomodó por el miedo a que se diera repentinamente la vuelta y me atornillara mi cabeza con una mirada odiosa. Y tan sólo la puerta hizo el chasquido que se interpreta como que se ha cerrado y le di tres vueltas a la llave, Mis Lectamientos profirió un grandioso y tremendo grito.

Durante los cuatro días que duró la lectura, cada vez que le hacía una visita, lo único que me atrevía a hacer es sentarme de cuclillas por fuera de la habitación sobre la puerta, con la barbilla apoyada en mis rodillas y mis ojos intentando mirar cualquier cosa que pudiera abstraer a mis pensamientos y no centrarse en la agonía que recorría la habitación y golpeaba a Mis Lectamientos cada vez que era capaz de leer un párrafo. Mas no me sentía culpable por dejarle este trabajo. Sabía que yo no era capaz de hacerlo y para eso estaba Mis Lectamientos. Al cuarto día, después de otro grandioso chillido y unos cuantos golpes terroríficos, la habitación se quedó totalmente en silencio. Esta era la señal. Se acabó. Había terminado su trabajo. Me levanté con la rapidez con que se mueve un cobarde, o sea, muy despacio. Sin intentar hacer un minúsculo ruido por lo que pueda pasar. No sabía qué cosa podía enfadar a Mis Lectamientos después de estos agónicos y agotadores cuatro días. En ningún momento me imaginé que pudiera escapar, puesto que la puerta sólo tenía un pomo y se encontraba por la parte de fuera; además de no tener ventanas, sólo existían algunas rejillas de ventilación, y unas luces tipo led para que no cansara la vista. Así que mi intencionada mimetización era más por el miedo a una reacción negativa sobre mi presencia, que por el miedo a una escapada salvaje de Mis Lectamientos.

Al abrir completamente la puerta, me lo encontré sentado en la silla, con los codos sobre la mesa y mirando el libro cerrado. Sin pestañear. Lo llamé un par de veces y no reaccionó de ninguna manera. Ya sabía yo que el barranquismo literario de Bujalance podía acarrear estas consecuencias. No es un libro que lo cierras y si te he visto no me acuerdo. Para nada, sabía que esa literatura extenuante, ansiosa y angustiosa podía hacer esto. Todas las paredes tenían nudillos como moldes. Sabía que podía enfurecer a su lector y hacer que apretara los dientes por la indefensión que produce su lectura. Conozco a Mis Lectamientos y no era de extrañar que empezara a golpear paredes. Rodeando los moldes de nudillos se podía observar un áurea roja: la sangre. Imposible adivinar cuántos golpes recibieron las paredes, pero conociendo el texto, no los suficientes para descargar el odio que perpetra el autor. Vuelvo a mirar a Mis Lectamientos y sigue perdido. Bajo la vista hacia la mesa y la noto mojada, mojadísima. Lágrimas. Son lágrimas. No nos importa tanto lo que dice el autor, sino cómo lo dice. Las lágrimas intuyo que no son por el qué dice. Puesto que sus ideas son tan próximas a las nuestras, que no necesito que me las reafirmen. Esas lágrimas son por el cómo. Cómo monta un escenario gris y blanco absoluto. Cómo hace de la desesperanza un arte literario. Esa son las lágrimas. Las manos de Mis Lectamientos están hinchadas y sangrantes. Seguro que la insoportabilidad de la respiración entrecortada con la que ha leído la novela, le hacía golpear a las paredes. Cada página se retuerce más y más contra la anterior, estrangula su misma prosa y convierte al escenario de la historia y sus personajes en angustia pura. Nada de esto pudo domar a la novela. Ésta es espectacularmente fuerte y te hace sentir que eres un buen lector, notas cómo las imágenes que el autor desea plasmar, las visualizas sin ningún tipo de problemas. Sabes que este ofrecimiento que hace Bujalance al lector es de una gran consideración y pleitesía; el autor no es conformista en este aspecto y quiere ser lo más generoso posible con el lector. Al querer domarla, sientes esa fuerza y te hace demostrar que, aunque no puedas domarla, con comprenderla tienes bastante.

Miro hacia el libro y está totalmente destrozado por los golpes que le ha proferido ¿Qué hubiera hecho si hubiera tenido al autor enfrente?, ¿hubiera sido capaz de tirárselo contra su cabeza? Lo más seguro es que sí. El libro destrozado demuestra que no ha conocido la indiferencia del lector. En ese momento Mis Lectamientos se levanta raudo, coge la silla y la destroza contra el suelo. Me mira y yo me asusto terriblemente. Se acerca y creo que me va a estrangular por la posición con la que se acerca. Entrecierro los ojos y espero lo peor. Me da un gran abrazo y me dice al oído, gracias.