jueves, 20 de diciembre de 2012

El Recuerdo Obligado.


El recuerdo es el reflejo de una vivencia que puedes amoldarla como más te convenga. Necesitas hacerlo tuyo y con el tiempo sabes que al ser recordado esa vivencia, llegará a ser casi una mentira o, en el mejor de los casos, un pequeño olvido. Sin embargo, no desaparecerá del todo. Ese recuerdo no llega a ser físico, pero sí que puede tener sus consecuencias. El recuerdo puede incrustarse en una parte de tu cuerpo y hacerlo suyo, puede arañarte, presionarte. El daño que te inflinge sí es físico, llega a aprisionarte el pecho y te hace respirar con una dificultad que llega a normalizarse, será tu próxima forma de respirar, no sabrás hacerlo de otra manera. Esta forma de respirar siempre te recordará esa vivencia. Siempre tendrás ese contrapeso que hace que tus pensamientos y acciones venideras puedan pasar por el filtro de ese recuerdo obligado.

Ese recuerdo obligado lo es porque no tienes esa escapatoria ni ese acceso a poder permitirte salir de su control. Quieres e intentas olvidarte de ese recuerdo, mas es imposible desatarte. Es una jaula que cada vez te deja moverte en mayor libertad, pero que nunca te dejará tener una cobertura de movimiento para que puedas escapar de estos barrotes. Así que lo que ocurre es que, el recuerdo obligado, al final, por acorralamiento, te muerde. Inyecta todo su veneno en tu pecho, sus mandíbulas y sus dientes  se recrean en tu carne, no te suelta hasta un buen rato mientras te sigue aprisionando el pecho. Ese veneno fluye muy rápidamente por todo tu cuerpo y los síntomas son precoces. Ese veneno te hace tener un mareo anormal, te hace entrecerrar los ojos, no ya para hacer desaparecer el mareo, que es imposible, sino para paliarlo, hacerlo llevadero. Pensar que en pocos segundos podrá desaparecer. Y, por supuesto, no es así. El veneno del recuerdo obligado incrementa los síntomas, pero no los separa. Se une ese temblor que presiente que ese recuerdo, será sólo eso, un recuerdo. El temblor te inflinge ese castigo corporal que ansías en realidad. Este temblor hasta te hace abrir la boca para intentar expulsar a base de gritos y lamentos ese dolor inmaterial. Así quieres centrarte en corregir ese dolor, pero el veneno no te deja. Es una niebla virulenta que no quiere dejar escapar ningún poro de tu cuerpo. No te hace, ni tan siquiera, poder tener dos respiraciones de alivio. Es más, la angustia que profesa te hace casi asfixiarte, te hace erguir el pescuezo lo máximo posible para intentar escapar de ese aprisionamiento y conseguir un aire puro. Esa niebla se convierte en humo pesado, avanza en espiral, desde la mordedura hasta el último punto nervioso de tu cuerpo. Te hace ser más lento, reaccionas con una discapacidad enorme, sientes el peso del humo que te hace bajar la cabeza y no poder conseguir ese ansiado aire nuevo. Confías que se convierta en vapor y sea fulminado. Mas no es así. Se alicata en tu cuerpo. Es tuyo. Nunca saldrá.

El recuerdo obligado siempre deja una herida sangrante, abierta. Imposible de ser cerrada, jamás podrás curarte, así pasen cien mil años. Todos los síntomas se mezclan poco a poco. Esos temblores se van espaciando más en el tiempo. Lo único que está haciendo el recuerdo es acomodarse en tu alma, te está haciendo ver que se quedará para siempre. Y llega un momento que cambia de estado y se vuelve sólido, cemento puro y sin grietas. Ese cemento no es otra cosa que tristeza. Tristeza en su grado máximo. La tristeza que debes de saber hacerla lo más llevadera posible. Es una carga que es inseparable de ti; que te hará no recordar exactamente cómo eras antes de la incrustación de ese recuerdo obligado. La tristeza es tuya, sin embargo debes de caminar y debes avanzar con esa nueva respiración, con esos nuevos movimientos, con esa nueva carga. Con tu Recuerdo Obligado.

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