Una, dos tres, cuatro… Iban transcurriendo las primeras
páginas y noté al momento que nada era igual que siempre. Sentía cómo la rutina
que me acompañaba por las últimas lecturas no ya que no estuviera, si no que
podía experimentar un cambio que, si saber por qué, no cambiaba nada. Yo estoy
donde siempre me coloco para leer, el libro sujetado de la misma forma, la luz
es la de siempre, la hora es la habitual. Entonces, ¿qué es lo que podía
pasar?, ¿por qué esta sensación de incomodidad? Es una pequeña molestia que hasta
me hace ser cansino y pesado a la hora de escribir este artículo. Noto cómo me
pesan los dedos. Bueno, es más la certeza que alguien me agarra cada uno de los
dedos un momento antes de golpearlo con alguna tecla. Lo mismo me ocurría
cuando quería pasar una página, era todo un reto y una superación ver la
diferencia de numeración en cada una de ellas. Pues sí, es exactamente igual
que el sueño recurrente de no poder gritar en un caso de extrema necesidad o no
poder correr o avanzar todo lo que necesitas o quieres por cualquier motivo que
el sueño tiene bien en entender.
Paso otra y otra página… y esa sensación se incrementa de
una forma que puede llegar a ser insoportable si no consigo un remedio de
última hora. La energía que tengo que derrochar para leer una página
multiplica, con creces, la que pudiera podido necesitar para cualquier otro
libro. Sin embargo, recapacitando libros inmediatamente anteriores, noto que ha
sido un sentimiento gradual y que el detonante de esta situación ha sido
precisamente este. Sí, ya tenía este sentimiento extraño libros antes y,
seguramente que si hubiera leído otro libro y no éste, dicha sensación se
alargaría más pero no habría llegado a detonar. Este libro es el causante de la
inmediata detonación.
Al llegar a esta certera conclusión, no sabía cuál podía ser
la solución y esto no ayudaba para arreglarlo. Cada vez notaba como la
impresión que me embargaba de la pesadez no estaba presente en cada página.
Ojalá, pensé en ese momento, porque era ya cuestión de párrafos. Hasta un
pequeño mareo parecía que se acercaba y lo podía presentir. La concentración
sólo se basaba ya en querer controlar la situación o retenerla. Miré al ángulo
derecho inferior para saber por dónde iba mi viaje en este libro y ya fue casi incontrolado
ese sentimiento de pesadez. Sólo llevaba veinte páginas. Ayuda, ya tenía que
conseguir ayuda como fuera y de donde viniera. Este incendio me estaba tocando
y la pesadez, junto a los calores, hacía que ya no sabía ni lo que leía y tenía
la necesidad de solucionar esto. Pero mi bloqueo era casi total y lo único que
acerté a hacer fue a levantar el brazo como para que alguien me rescatara de
las llamas. Pero el libro hacía las veces de contrapeso y me era imposible
salir de este corral infernal. Creía que la solución era cerrar el libro, mas
no fue así. No ocurrió ningún cambio. Así que decidí que pasara lo que tuviera
que pasar y que fuera pronto. No tenía miedo al final, no. Tenía miedo en el
trayecto hasta llegar al final. Apreté los dientes, entrecerré los ojos, abrí
el libro y fui a por él. Termino la primera parte del capítulo y todo vuelve a
una calma chicha. De repente la calma está ahí, pero la sensación hormiguea
todavía por mí. Y sabía que podía volver a pasar. Ya desconocía si en este
libro o en alguno siguiente.
Me siguen pesado las páginas, siguen tirándome de los dedos.
O sea, que volverá a ocurrir y no sé lo que es, se me apelotonan las ideas
intentando, no ya conseguir una solución, si no encontrar una explicación. Aburrimiento,
dice Mis Lectamientos. Es aburrimiento. Estaba sentado semi tumbado mirando
hacia arriba. Hasta con esa pose no perdía ni un ápice de dignidad. Lo que te
pasa es que estás aburrido de la literatura. El mareo me volvió, casi cierro
los ojos por no poder dejarlos abiertos; no podía ser, yo aburrido de la
Literatura. Pero es que le encontré el sentido y recapacité otra vez. Y, como
no, tenía razón. Por desgracia, tenía razón. Estaba aburrido de leer. Después
de centenas de libros estaba aburrido. Es como llegar al final de un inmenso
camino y encontrarte con un muro invisible y golpearte una y otra vez; una y
otra vez; una y otra vez. Eso me pasaba, todo lo que últimamente leía no me
aportaba nada distinto. Sólo podía pensar que era bueno, entretenido, malo…
pero poco más. Sólo es una mala racha, me dijo. Ya has pasado otras. Sí, es
verdad que he pasado otras, pero no por aburrimiento. El aburrimiento es
destructor, es una causa mayor para romper con cualquier etapa de tu vida. Ahora
sí que podía estar totalmente perdido y tenía la imperiosa necesidad de dejar
de leer, pero dejarlo, no apartarlo. Sigue leyendo este libro, me dijo, por
favor. ¿Por favor? Me lo ha pedido por favor, algo debe de pasar. Entendí que
si dejaba de leer, él dejaba de existir. Dejaría de acompañarme. ¿Esta es la
solución?, le pregunté. Vamos a probar, no sé qué más se puede perder.
Miré lentamente a mi pequeña biblioteca,
resoplé y me puse manos a la obra.
La rotunda sinceridad con la que escribe el autor es
atronadora. Jamás había leído unos textos tan tremendamente sinceros y bien
cuidados. Seguramente pensó que era el momento oportuno para hacer este libro.
Aunque la historia transcurre sobre personas que está a su alrededor, sólo
habla de él. Quiere ser sincero y es capaz de abrir su alma sin llegar al
empalago. No se trata de una sinceridad amorosa, no. Es más bien una sinceridad
vital, profunda, verdadera. Y el título del libro no me va a engañar. Este
libro es sólo suyo. Es verdad que transmite perfectamente las vidas de los
protagonistas del libro; pero sigo pensando que el libro es suyo. Tiene el
poder de escribir y representar la historia como una tercera persona alejada,
sin embargo no me engaña. Este libro es su sinceridad absoluta. Tiene una forma
perfecta de recrear las situaciones más dolorosas que ninguna persona quiere
pasar. Son situaciones que ni siquiera, la mayoría de nosotros, las podemos
imaginar. Pero leyendo este libro y tratar de lo que trata, no lo cerré con
desazón o desesperanza. Todo lo contrario, lo cerré con bastante positivismo,
aunque controlado, puesto que el libro no es un canto a la esperanza. Lo cerré
sabiendo más sobre la sinceridad y también lo cerré creyendo que todavía hay
cosas por creer y conocer. Me dí cuenta que el autor también podría pasar por
un hastío y que este libro le solucionó el problema. A mí casi también. Bien
hecho.
Al terminarlo miré a Mis Lectamientos y, aunque no lo
reconociera, respiró con esa respiración que demuestra que ha pasado un mal
trago y llega el momento del alivio. Recordaré este libro como “el libro que
casi mata a Mis Lectamientos”.
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