domingo, 9 de diciembre de 2012

De Vidas Ajenas. Emmanuel Carrère.




















Una, dos tres, cuatro… Iban transcurriendo las primeras páginas y noté al momento que nada era igual que siempre. Sentía cómo la rutina que me acompañaba por las últimas lecturas no ya que no estuviera, si no que podía experimentar un cambio que, si saber por qué, no cambiaba nada. Yo estoy donde siempre me coloco para leer, el libro sujetado de la misma forma, la luz es la de siempre, la hora es la habitual. Entonces, ¿qué es lo que podía pasar?, ¿por qué esta sensación de incomodidad? Es una pequeña molestia que hasta me hace ser cansino y pesado a la hora de escribir este artículo. Noto cómo me pesan los dedos. Bueno, es más la certeza que alguien me agarra cada uno de los dedos un momento antes de golpearlo con alguna tecla. Lo mismo me ocurría cuando quería pasar una página, era todo un reto y una superación ver la diferencia de numeración en cada una de ellas. Pues sí, es exactamente igual que el sueño recurrente de no poder gritar en un caso de extrema necesidad o no poder correr o avanzar todo lo que necesitas o quieres por cualquier motivo que el sueño tiene bien en entender.

Paso otra y otra página… y esa sensación se incrementa de una forma que puede llegar a ser insoportable si no consigo un remedio de última hora. La energía que tengo que derrochar para leer una página multiplica, con creces, la que pudiera podido necesitar para cualquier otro libro. Sin embargo, recapacitando libros inmediatamente anteriores, noto que ha sido un sentimiento gradual y que el detonante de esta situación ha sido precisamente este. Sí, ya tenía este sentimiento extraño libros antes y, seguramente que si hubiera leído otro libro y no éste, dicha sensación se alargaría más pero no habría llegado a detonar. Este libro es el causante de la inmediata detonación.

Al llegar a esta certera conclusión, no sabía cuál podía ser la solución y esto no ayudaba para arreglarlo. Cada vez notaba como la impresión que me embargaba de la pesadez no estaba presente en cada página. Ojalá, pensé en ese momento, porque era ya cuestión de párrafos. Hasta un pequeño mareo parecía que se acercaba y lo podía presentir. La concentración sólo se basaba ya en querer controlar la situación o retenerla. Miré al ángulo derecho inferior para saber por dónde iba mi viaje en este libro y ya fue casi incontrolado ese sentimiento de pesadez. Sólo llevaba veinte páginas. Ayuda, ya tenía que conseguir ayuda como fuera y de donde viniera. Este incendio me estaba tocando y la pesadez, junto a los calores, hacía que ya no sabía ni lo que leía y tenía la necesidad de solucionar esto. Pero mi bloqueo era casi total y lo único que acerté a hacer fue a levantar el brazo como para que alguien me rescatara de las llamas. Pero el libro hacía las veces de contrapeso y me era imposible salir de este corral infernal. Creía que la solución era cerrar el libro, mas no fue así. No ocurrió ningún cambio. Así que decidí que pasara lo que tuviera que pasar y que fuera pronto. No tenía miedo al final, no. Tenía miedo en el trayecto hasta llegar al final. Apreté los dientes, entrecerré los ojos, abrí el libro y fui a por él. Termino la primera parte del capítulo y todo vuelve a una calma chicha. De repente la calma está ahí, pero la sensación hormiguea todavía por mí. Y sabía que podía volver a pasar. Ya desconocía si en este libro o en alguno siguiente.

Me siguen pesado las páginas, siguen tirándome de los dedos. O sea, que volverá a ocurrir y no sé lo que es, se me apelotonan las ideas intentando, no ya conseguir una solución, si no encontrar una explicación. Aburrimiento, dice Mis Lectamientos. Es aburrimiento. Estaba sentado semi tumbado mirando hacia arriba. Hasta con esa pose no perdía ni un ápice de dignidad. Lo que te pasa es que estás aburrido de la literatura. El mareo me volvió, casi cierro los ojos por no poder dejarlos abiertos; no podía ser, yo aburrido de la Literatura. Pero es que le encontré el sentido y recapacité otra vez. Y, como no, tenía razón. Por desgracia, tenía razón. Estaba aburrido de leer. Después de centenas de libros estaba aburrido. Es como llegar al final de un inmenso camino y encontrarte con un muro invisible y golpearte una y otra vez; una y otra vez; una y otra vez. Eso me pasaba, todo lo que últimamente leía no me aportaba nada distinto. Sólo podía pensar que era bueno, entretenido, malo… pero poco más. Sólo es una mala racha, me dijo. Ya has pasado otras. Sí, es verdad que he pasado otras, pero no por aburrimiento. El aburrimiento es destructor, es una causa mayor para romper con cualquier etapa de tu vida. Ahora sí que podía estar totalmente perdido y tenía la imperiosa necesidad de dejar de leer, pero dejarlo, no apartarlo. Sigue leyendo este libro, me dijo, por favor. ¿Por favor? Me lo ha pedido por favor, algo debe de pasar. Entendí que si dejaba de leer, él dejaba de existir. Dejaría de acompañarme. ¿Esta es la solución?, le pregunté. Vamos a probar, no sé qué más se puede perder. Miré  lentamente a mi pequeña biblioteca, resoplé y me puse manos a la obra.

La rotunda sinceridad con la que escribe el autor es atronadora. Jamás había leído unos textos tan tremendamente sinceros y bien cuidados. Seguramente pensó que era el momento oportuno para hacer este libro. Aunque la historia transcurre sobre personas que está a su alrededor, sólo habla de él. Quiere ser sincero y es capaz de abrir su alma sin llegar al empalago. No se trata de una sinceridad amorosa, no. Es más bien una sinceridad vital, profunda, verdadera. Y el título del libro no me va a engañar. Este libro es sólo suyo. Es verdad que transmite perfectamente las vidas de los protagonistas del libro; pero sigo pensando que el libro es suyo. Tiene el poder de escribir y representar la historia como una tercera persona alejada, sin embargo no me engaña. Este libro es su sinceridad absoluta. Tiene una forma perfecta de recrear las situaciones más dolorosas que ninguna persona quiere pasar. Son situaciones que ni siquiera, la mayoría de nosotros, las podemos imaginar. Pero leyendo este libro y tratar de lo que trata, no lo cerré con desazón o desesperanza. Todo lo contrario, lo cerré con bastante positivismo, aunque controlado, puesto que el libro no es un canto a la esperanza. Lo cerré sabiendo más sobre la sinceridad y también lo cerré creyendo que todavía hay cosas por creer y conocer. Me dí cuenta que el autor también podría pasar por un hastío y que este libro le solucionó el problema. A mí casi también. Bien hecho.

Al terminarlo miré a Mis Lectamientos y, aunque no lo reconociera, respiró con esa respiración que demuestra que ha pasado un mal trago y llega el momento del alivio. Recordaré este libro como “el libro que casi mata a Mis Lectamientos”.

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