viernes, 5 de noviembre de 2010

La Tiranía del Ulysses. (y2)

Día Setenta. Cinco de Noviembre de 2010.

Doscientas setenta y una páginas recorridas. Ya me hubiera gustado tener un ritmo de crucero más acorde a mi entusiasmo por terminar esta novela. Pero no puede ser. A continuación expongo unas razones por las que es imposible acelerar la marcha lectoril: ya es difícil concentrarse con un pequeño terremoto de trece kilos paseándose por toda la habitación. Mientras consigo tener un momento de lectura, mi cerebro no deja de soportar el dichoso cantajuegos, que hace que Mis Lectamientos se distraiga a cada párrafo. Y, por último, es una novela que necesita una precisión de concentración esclava, puesto que, como he mencionado antes, es facilísimo derrapar en cualquier línea y tener que empezar otra vez para saber de qué se está hablando. Tengo que argumentar en mi favor que, para no estar centrado sólo en el Ulysses, he intercalado otras novelas como son “Dublineses” de Joyce y “Llámame Brooklyn”, que la estoy terminando, de Eduardo Lago, otro miembro de la Orden del Finnegans. Con todo, es poca mi carrera lectoril en estos meses. Sé que acabaré la novela, cosa que en los dos intentos anteriores no lo tenía seguro. Ahora sí. Estuve a punto de dejarla por la página cien. Pero pasado ese punto, sabía que iba a terminarla y así lo haré. La terminaré, invirtiendo el tiempo que sea necesario, espero que poco.

Esta novela se crece cuando está enfrente de un lector superior; sabe que va a ser una lucha de titanes y el mejor resultado que puede tener esta contienda es que acabe en tablas, porque así se habrá probado que tanto la novela como el lector son de categoría de primera clase. El libro se entusiasmará por tener un contrincante de nivel – que pocos habrá – y el lector se imaginará que podrá vencerla no sin luchar hasta el final. El Ulysses será el típico grandullón que espera en la esquina del cuadrilátero a que alguien acepte su desafío, ¿cuántos no habrán caído? Y, ¿no será por eso por lo que la leyenda del Ulysses sea cada vez más magnífica y grandiosa?  Estas luchas hacen que la novela cada vez tenga más matices, más adoradores y más estudiosos; pero también más detractores. Se sabe que no va ser leída por un mediocre, éste último tiene la guerra perdida en el primer renglón. No me considero, ni mucho menos, un lector first class, tampoco uno mediocre. Voy entendiendo a la novela poco a poco. Espero que ella me entienda a mí y sea condescendiente con mi velocidad de crucero y mis trabas para poder leerla, así como mi, en muchos pasajes, ineptitud para poder entender a la primera su sentido y tener que retroceder en más de una ocasión, haciéndonos perder el tiempo a los dos.

Sin embargo, ¿esto es bueno? Sólo es diferente, solo eso. Es otro tipo de escribir. Imagino al autor con la cabeza bajada escribiendo la novela sin subirla en ningún momento para no infectarse de lo que le puede rodear. Me imagino a Joyce escuchando, que no oyendo, a las gentes de su alrededor gritándole encima de su escritorio con pancartas y antorchas en plan manifestación que cambie el rumbo de la novela para hacerla más legible. Me imagino a Joyce en un momento dado exclamar que este libro es suyo y sólo suyo y quien quiera comprederlo esa es la tarea que tiene. Estoy seguro que escribió para él, haciendo caso omiso de modismos y maneras del momento.

Sin duda que en cientos de miles de hogares del mundo existe un Ulysses en un mueble o repisa olvidado y dejado a la suerte de los ácaros, casi con hormigas blancas. Eso sí, está en una situación donde el visitante que entre a la habitación se percatará al instante de la existencia del mismo. Le será preguntado al dueño de la novela si ha sido leída y le responderá que un día de estos. ¿Se equivocó el autor al hacer la novela así, tan especial y elitista? No lo creo, es un tipo de literatura que gusta a un tipo de lector, un lector más experimentado. La persona que intente leer esta novela y no tenga el mayor entusiasmo posible para leerla, fracasará, seguro. No será que el lector decepcione a la novela, sino al revés. La novela está ahí, inamovible, segura de sí misma, sabe lo que quiere y a quién quiere, por tanto, será el lector el que salga decepcionado.

Seguimos el viaje.